En las cuatro fases vitales el ser humano se va confeccionando. Desde la infancia, en donde los límites se imponen, pero más allá de ellos existe la inocencia y la ganas de descubrir. En la adolescencia los límites forman parte de la explosión continua ante el mundo. En la madurez esos límites acompañan a la humanidad y se utilizan como soporte vital. Desapareciendo en la vejez toda atadura a lo mundano y recobrando la luz, la transparencia y la plenitud.
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Más allá de lo invisible se halla la esencia. Ella busca ser plasmada en el lienzo y que la vista pueda captarla, porque sin su reproducción apenas percibimos una vibración que, aunque no escapa a nuestra sensibilidad, sí lo hace a nuestra mirada.
Cada uno de estos lienzos ha sido creado desde una conexión a la vibración de la esencia que desea acompañarnos y formar parte del propio universo material para fruición de nuestros sentidos.
En las obras no hay una predisposición a una forma o contenido: éste se va creando a partir de un proceso conectivo fuente de inspiración. Sólo desde la calma, la paz y el amor por todo, la esencia es captada y se manifiesta en el cuadro.
Los colores, las formas y los materiales van emergiendo durante el trabajo creativo y en esa recreación aflora un momento mágico, inexplicable: el mundo pausa y arriba un sentido de plenitud, paz y agradecimiento.
Deseo compartir esta sensación con todos aquellos que son capaces de ver lo sustancial pero imperceptible a los ojos hasta que conectamos con el corazón y alma para darle una forma que nos recuerda su existencia.
El resultado final: la cara de la esencia hecha visible.