En Estados Unidos, los artistas afrodescendientes son arrestados a la salida de la galería en la que acaban de inaugurar una exposición con su obra. Son tan sospechosos en las galerías como en los libros de la historia del arte. Este es uno de los tres acontecimientos vitales que suele contar el pintor y escultor Titus Kaphar para explicar por qué hace lo que hace con el arte.
Aquel día su hermano y él fueron detenidos por una patrulla de la policía secreta por robar obras. Otro suceso que le abrió los ojos al racismo en la historia del arte sucedió durante una visita al Museo de Historia Natural con su hijo de 9 años. El pequeño le hizo ver que el arte es cómplice de la desigualdad con una sencilla y espontánea pregunta. Frente a la escultura ecuestre de Teddy Roosevelt, con un nativo americano a un lado y un afroamericano al otro, el niño le dijo: “¿Por qué él va a caballo y ellos caminando?”.
Este artista de 44 años, nacido en Michigan y criado entre New Haven y California, lejos de su madre y de la violencia de su padre, con una familia de acogida gracias a la que pudo estudiar Historia del Arte en la universidad. El curso llegaba al capítulo dedicado a los artistas negros –y aquí llega el tercer episodio determinante para su devenir creativo–, pero la clase saltó y pasó al siguiente ante la indignación de Titus, que se revolvió contra el profesor que alegaba falta de tiempo e interés. El futuro pintor no logró que el maestro se detuviera en la materia que ansiaba conocer, pero entonces aprendió algo mucho más útil para la vida que estaba a punto deestrenar: la exclusión es la fórmula con la que se legitima el canon artístico. Todo lo que no sea como quien escribe el canon queda fuera. La población afrodescendiente y las mujeres son la parte más damnificada.
Ese día en la vida de nuestro protagonista importa para entender la esencia de su trabajo sobre los olvidados y lo olvidado, sobre los silenciados y lo silenciado. La vida de Kaphar y su obra son indisolubles. En el resto de creadores, también. Pero mientras unos tienen currículo, otros tienen biografía. La de Titus Kaphar es determinante porque nació sin privilegios. No tiene nada que perder, y eso le convierte en un peligro para el consenso, con el que el poder ha querido controlar a los artistas. El arte es el mejor pegamento social, pero puede ser algo más que eso. Kaphar, que en junio firmó la portada de la revista Time en honor a George Floyd,
representa el ala radical: borra la propaganda, corrige el discurso y descubre la verdad que el arte, los artistas y sus pagadores han escondido. En Behind the Myth of Benevolence (2014) desplaza el lienzo de un retrato de Thomas Jefferson, que oculta uno de Sally Hemings, esclava y madre de seis hijos del tercer presidente de los Estados Unidos. Los gestos que usa Kaphar para que la historia quede libre del arte –y la verdad, de la belleza– son agudos y evidentes. Así como los artistas del pasado usaron sus habilidades técnicas para sanear la memoria de los retratados, cada cuadro, escultura o instalación de Kaphar son manifiestos contra las hagiografías: rebobina hasta manchar a quienes quedaron impolutos por la propaganda a la que se vendió el arte.
Cuenta que la verdad también es una manifestación de la belleza y que la usa para “abrir corazones” y entablar “conversaciones difíciles”. Kaphar mira con detalle los métodos plásticos de Robert Rauschenberg (1925-2008) y de Sam Gilliam (1933), para rectificar las falsedades del manual de la historia del arte. No las borra ni las destruye: prefiere enfrentarse a ellas y descubrirlas. No es partidario de tirar abajo las esculturas de Edward Colston ni de Leopoldo II, sino de contestarlas. Aunque sean “detestables” y la mayoría de esos monumentos nacionales ya no reflejen los valores contemporáneos, aboga por la soberanía creativa. Un artista contemporáneo es capaz de derrotar a los referentes agotados del pasado.
El arte es una ficción interesada cargada de intereses políticos, que Kaphar neutraliza sin miedo a desacreditarlo. Rompe la camisa del mito artístico que obliga a respetar las ideas de hace siglos, desafía la narrativa blanca sin detenerse ni ante los padres fundadores de su país. Y, ahora, en su nueva exposición en una iglesia de Bruselas, organizada por la galería Maruani Mercier, el artista denuncia la ausencia en la historia de la religión católica de la población negra. The Evidence of Things Unseen es una reivindicación de la cristología negra y la negritud de Cristo como personaje
preocupado por todas las personas, sin discriminación. Se apropia de la tradición pictórica occidental y la subvierte para rebelarse contra ella.
El periodista Ta-Nehisi Coates escribió en Entre el mundo y yo (Seix Barral) que “el racismo –la necesidad de asignar a la gente unos rasgos inmutables y luego humillarla, reducirla y destruirla– es la inevitable consecuencia de esta condición inalterable”. Titus Kaphar retuerce los lienzos, los recorta, los dobla y los tortura hasta que los hace cantar, hasta que la verdad aflora y descubre lo que ocultan las imágenes y calla el arte, es decir, los orígenes de la cultura racista y sus cómplices.
The Evidence of Things Unseen. Titus Kaphar. Église du Gesù. Bruselas. Del 16 de octubre al 28 de noviembre.